Seleccionar página

Nunca tuve un miedo especial a la muerte. Quizás la capacidad natural de vivir este proceso en su forma más profunda, con el dolor, pero también con la maravilla de lo sagrado. Quizás por la capacidad natural de al poco tiempo ver a mis seres queridos del «más allá» bien, tranquilos, con alguna cosa pendiente pero sobre todo enviándonos su amor. Y quizás por la capacidad recordada y desarrollada de acompañar a las personas en sus últimos momentos en esta forma y hasta el lugar donde se da el último paso. «Adelante, valiente, aquí estaremos bien, tú puedes, valor, allí te esperan los que fueron antes, la muerte es solo un espejismo». Y dan ese paso, y te quedas con tu dolor y tu pérdida, pero con la seguridad y la confianza profunda que todo está en un profundo orden.

Quizás todo esto me ha dejado desnuda ante un miedo no reconocido. O quizás se me coló un dolor colectivo creciente: que tus seres queridos mueran solos en un hospital, sin más compañía que su respirador, si con suerte tienen uno, porque ya la mente no puede pensar que morirán en una angustiosa asfixia.

Y vinistu tú, Paulina. No te conocí, solo mi hermana me habló de ti. Tu muerte violenta ya llenó mi noche antes de saberlo con certeza. Y la certeza llenó mi día de desasosiego. Y conectar contigo fue difícil, tú querías, tú lo necesitabas, pero yo no tenía fuerzas en este primer día de concocerte, me cogiste desprevenida, me cogiste abierta entera y al servicio, y el servicio me sobrepasó.

Tu merte violenta que en un pasado no tan atrás la hubiera sentido como en un lejano país, pero ahora, es aquí, cerquita, en este planeta-uno en que nos estamos convirtiendo. No solo tu muerte no estuvo acompañada de quienes te querían, sino que te la arrebataron las balas, en una violencia cruel y despiadada. Y en la noche, con el sueño, pedí a mi ángel que me iluminara, que me diera lo que no tenía para llegar hasta tí y acompañarte. Y mi ángel siempre está. Y llegué a ti. Y encontré la paz, la sabiduría, la forma. Y ahí estabas. Desorientada por vivir una muerte tan terrible, pero con unos ojos abiertos y brillantes, con tu ser lleno de fuerza. Y escuchaste mis palabras, te dije quien era y como había llegado a ti. Te expliqué lo poco que sabía sobre tu muerte. Y pudimos tener unos minutos en los que la paz llegó. Y ahí vimos todos los que estaban en sus oraciones por ti. Y ahí vimos el canal de luz. Y ahí recordaste lo que tocaba. Y ya estabas preparada. Hiciste bien tu trabajo en la tierra, para estar preparada este día. La cercanía de los que te querían era tan palpable, llenó todo de luz.

Gracias Paulina. Ahora comprendo. Nunca estará nadie solo, si los corazones de los que nos aman vibran con nosotros.

Si llegara el momento, hoy estoy un poco más preparada. Nadie cercano a mi morirá solo en un hospital. Estará rodeado de medic@s, enfermer@s, auxiliares, limpiador@s, celador@s… dando lo mejor que tienen. Y estaremos rodeando la cama todos los que te quieren. Ahí estarán nuestros corazones.

Y esto genera dolor y también esperanza. También así, en la paz de nuestro corazón, acompañamos a todos los que están solos en su cuarentena, con su fiebre, con sus dolores. Gracias que la inmensa mayoría será un acompañamiento para la vida.

Mima Díaz

24 de marzo de 2020, 6:55am, luna nueva, en casa por época de coronavirus.

Ilustración: @galbiatisimona